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Emisarios de Ilusión

En la cima del mundo…


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Y la bandera tica llegó a la cumbre del Everest. Pero por supuesto, no llegó sola. Llegó en las manos de Warner Rojas.Así son todos los triunfos que valen la pena. No son casualidad; llegan como banderas en las manos de aquellos que lograron cargarlos a lo largo de un camino tan largo y a veces tan empinado como ese que conduce a la cima más alta del mundo.De cierta manera, la hazaña de este hombre es paradójica como el éxito mismo. Algo que se puede ver tan imponente y amenazante desde abajo, como el Everest, puede convertirse algún día en la inspiración de un país.En las últimas horas, todos hablan de Warner en los medios y redes sociales. ¡Se ve tan bien su imagen en el paisaje nevado! Gracias a la sonrisa en la foto casi podríamos imaginar que su ascenso fue como de cuentos de hadas, y nos encanta ver eso. Pero lo que sólo él podrá contarnos, son los numerosos entrenamientos y preparativos para culminar con un ¨click¨ de una cámara allá, muy cerca de las nubes. Por eso pocos escalan el Everest. El éxito exige esfuerzo pagado en dosis a lo largo del tiempo.Y esto es así para todos y en cualquier campo. Cada uno tiene sus cimas que alcanzar en la vida. Hay Everest pequeños y grandes; públicos y muy privados; personales y laborales. Y aunque unos salgan en los periódicos y otros solo los conozcamos nosotros, ninguno es más ni menos importante. Nosotros les damos el valor.

Lo verdaderamente importante en la conquista de nuestros sueños, es la persona en la cual nos convertimos mientras escalamos. Esa persona que es producto de las piedras (u obstáculos), hielo (o comentarios fríos y críticas), aire denso (o ganas de abandonar) que encontramos en el camino. Warner Rojas, al igual que otros triunfadores, no se convirtió en campeón al pisar la cima. El ya lo era. Venía trabajando en eso desde hace mucho tiempo. Por eso, aprendamos a disfrutar el proceso, pues ¡llegar es solo un instante!

Y al final, el mayor Everest: la vida misma. Qué importante llegar a la cima, ver hacia atrás con satisfacción, ¡y poder decir adiós con una sonrisa!

Gabriela Ugarte Ortega

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Realmente organizados


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Era una tarde de primavera. El sol se reflejaba en los árboles y el agua de los canales alumbraba el paisaje. La época de los tulipanes y bicicletas se había acercado. Observaba muy cuidadosamente cada detalle. Me parecía muy «leuk» (agradable) o «gezellig» (acogedor) la organización de este país llamado Holanda. El orden se apreciaba en absolutamente todo.

Mi suegra y yo fuimos al supermercado a hacer las compras. Cuando atravesé la puerta, mis ojos inmediatamente se dirigieron a las personas. Quería ver el comportamiento, sus acciones y gestos. Hablando de organización, me llamó mucho la atención cada uno de ellos: jóvenes, adultos y adultos mayores. Podía disfrutar y al mismo tiempo maravillarme del grado de organización que poseían. Cada uno tenía su libreta con todo lo que debían comprar, otros apuntaban cautelosamente los precios para llevar un control de los gastos.

Esa acción me hizo pensar en la importancia de la mayordomía que han aprendido los holandeses, como personas y como gobierno. También pensé que pueden ser buenos ejemplos para los ciudadanos y gobiernos de otros países. Continué mirando a mi alrededor y de un pronto a otro, algunos empleados del supermercado llegaron al escenario. Cada uno cuidadosamente y con libreta en mano apuntaban cuántos productos quedaban en los estantes e inmediatamente corrían para poner los faltantes.

En realidad los consumidores me cautivaron: como miraban, como caminaban, como seleccionaban los productos, como evaluaban los precios y en conclusión como hacían todo. Esto me confirmó una clara realidad: es un país y pueblo ordenado, responsable y preparado. Holanda muestra el principio del buen uso de los recursos, los cuales deben convertirse en prioridad de las agendas de cada nación.

Christy Petri (Quesada Segura)

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Deleite en mis ojos


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Un niño caminaba de la mano con su abuelo. El tumulto de la gente ocasionaba un ruido estorboso, el sonido de las bocinas de los automóviles y las grandes filas en las carreteras mareaban un poco al niño.

Él con un rostro soñador y al mismo tiempo con un poquito de tristeza en sus ojos le pregunta a su abuelo:

―¿Por qué hay tanta bulla? ¿Por qué cuando camino contigo por acá me cuesta disfrutar? Abuelito, cuando miro algunas fábulas, las carreteras, aceras, parques y ciudades se ven hermosas.

(Suspirando) Como quisiera que fuera así mi país. En las fábulas disfruto de los árboles, todo se ve tan refrescante, tan lindo. El niño hace una pausa, mira a su alrededor y pregunta: ¿Los demás países tienen ciudades así de feas como la nuestra?

Una sonrisa entremetida se dibujaba en el rostro de su abuelo pues no esperaba ese comentario ni mucho menos esas preguntas.

―Pues mira, hay países que tienen los mismos problemas o peores que los nuestros. Realmente es difícil crear esas ciudades que tu ves en las fábulas. Pienso que esas dificultades se presentan por intereses políticos de por medio, además en nuestro país aún debemos crear una cultura de protección al ambiente y a nuestras vidas. Tu mismo lo has dicho, se ve tan refrescante, tan lindo. Claro, existen muchos otros países que por supuesto son hermosos. Cuando lleguemos a la casa te voy a mostrar ciudades donde combinan lo urbano con la naturaleza. Parece un paraíso.

El niño mira a su abuelo y con duda expresa su preocupación:

―Pero abuelo, debe haber algo que se pueda hacer para el deleite en nuestros ojos. Creo que sería muy bueno para la salud, para incentivar el ejercicio, combatir estrés, pintar sonrisas y proteger nuestra ciudad.

―Sí mi niño, claro que se puede hacer mucho. Por eso tú representas el futuro, necesitamos gente como tú para convencer a gente como nosotros. Este es el tiempo. Cuida y lucha por devolver esos colores que se han ido, por nutrir nuevamente la creación.

Christy Petri (Quesada Segura)

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Mi interior y mi cuerpo


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Escuché una conversación en un restaurante. Era una joven de aproximadamente 20 años. Ella relataba brevemente su historia. Sentía que no podía empezar, que todo estaba destruido. Su vida estuvo perseguida por temores, por desilusiones, por fracasos. No quería intentarlo, no quería pensar, no quería nada y a la vez quería mucho. Quiso muchas veces encontrar consuelo, quiso muchas veces llenar huecos o al menos poner parches en ellos. Vuelve a empezar, vuelve a empezar, vuelve a empezar, escuchaba día y noche. Emprende y retoma todo aquello que parece basura. Ella comentaba que estaba atada a un hábito secreto: INSEGURIDAD EN ELLA MISMA, había dejado que la soledad durmiera en su interior.

Por un lado, le iba muy bien, por el otro, atravesaba desiertos y tormentas. La joven explicaba que su estrés estaba acabando con su estómago, bueno, en realidad la gastritis era la responsable. Por otro lado comentaba que un «inocente» resfrío dejó una tos un poco incómoda y al pasar los meses la tos empeoró. No podía dormir en las noches, le costaba respirar, comer, hablar, de todo. Un médico general la revisó, le dijo que era producto de una rinitis, le envió antibióticos. Nada le ayudó. La envió donde un otorrinolaringólogo y cuando le revisó la garganta, estaba completamente quemada por los ácidos que subían desde su estómago a la garganta. La envió a control con pastillas y le eliminó muchas comidas: tomate, cebolla, ajo, menta, grasas, café, té, chocolate, etc. En simples palabras ya no podía comer nada.

Los meses siguientes ya estaba mejor, pero faltaba aún una completa sanidad. La dieta y las pastillas debían continuar. El especialista le revisó la nariz, se le había desarrollado una sinusitis pues su tabique de la nariz estaba desviado. Las cosas empeoraron, pues ya no podía respirar bien, además las amígdalas estaban gigantes, le costaba tragar hasta su propia saliva. Le dolía mucho cuando comía cosas duras, sentía que sus huesos y músculos se iban a desprender…

¿Solución? Si la hay, pero la depresión y mala alimentación, son dos de los grandes enemigos que se instalan en la vida de muchos, especialmente de jóvenes. Historias como esta hay muchas. Una simple molestia puede arruinar otras partes del cuerpo y por supuesto colaborar con la aparición de otras enfermedades (obesidad, estrés, diabetes, hipertensión, gastritis, bronquitis, etc). ¿Cómo estamos cuidando nuestros cuerpos? ¿Qué estamos haciendo por aquellos que poseen esos fenómenos del suicidio, depresión, desmotivación, inseguridad, mala nutrición? El mundo respira este malestar. No hay excepción, debe ser prioridad de nosotros y de la salud pública.

Christy Petri (Quesada Segura)

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