Emisarios de Ilusión

Un hogar de cartulina


Hace algunos años iniciamos una historia en conjunto para un proyecto de niñez. Algunas personas colaboraron. Queremos mostrarles la recopilación que se hizo en su momento. Es un recuerdo muy lindo y podemos apreciar el gran talento de cada uno.

Había una vez una niña llamada Lucía, sentía que no podía empezar. Sentía que todo estaba destruido, lo único que sacaba la esperanza de aquel callejón (que tenía el aspecto como de un hueco sin color) era su propio ser. Su vida estuvo perseguida por temores, por desilusiones, por fracasos. No quería intentarlo, no quería pensar, no quería nada y a la vez quería mucho….  Christy Quesada Segura.

Un día confundida y en busca de respuestas huyó de casa hacia un lugar oscuro y vacío. Al llegar al lugar solo logró perder su fe y enrredarse más en sus propios temores. No entendía qué le pasaba ni qué la aferraba a ese lugar, solo sabía que tenía que huir de ahí pero no podía, estaba demasiado atrapa en sus propios pensamientos y temores para poder liberarse. Nicole Romero.

Su corazón latía en blanco y negro, cada vez que cerraba sus ojos para recordar algunas fotografías del pasado, una de ellas era una muñeca de trapo sin manos ni pies, otra una cobija de rayas repleta de agujeros y la más recordada por ella era, la imagen de una caja de cartón que se había humedecido por el frío de la noche y lágrimas que por cierto recolectaba en su frasco de «memorias» para cuando fuese necesario regar alguna planta seca, más seca de lo que estaba su corazón. Geova Fernández.

Caminaba sin rumbo, el viento era necio, golpeaba sobre su cuerpo con violencia. Por las mañanas empezaba su rutina, salía de su casa con el bolso lleno de ilusiones, siempre regresaba vacío, era como si el caminar por la vida le hiciera perder la esperanza. Felipe Zúñiga.

Al pasar los días y las noches la única compañía era su propia soledad, nada la consolaba, ni la sonrisa ajena. Una mañana de otoño decidió visitar su parque favorito en el centro de la ciudad. Recordó cuando lo visitaba con sus padres de niña y jugaba frente al lago con su hermana bajo una lluvia de hojas secas. Victoria Monterrosa Pérez.

Decidió ir un momento al lago a revivir historias, a imaginar momentos que ya no existían, que solo ella, el tiempo y el dolor entendían. Lo único que pudo ver fue su rostro en el reflejo del lago, un rostro distorsionado no por el agua, sino por el dolor, aquel que cada vez se hacía más fuerte al no poder encontrar aquello que no tiene fin… Gloriana Quesada.

Desconsolada empezó a caminar nuevamente sin un rumbo fijo, guardando una pequeña esperanza por encontrar algo que le devolviera ilusiones a su corazón. Caminó y caminó sin darse cuenta que había regresado al centro de la ciudad, ese lugar en donde tantas veces quizo buscar una nueva ilusión, pero donde de igual forma tantas veces su condición seguía siendo la misma… Marce Montoya Castro.

Y fue entonces, regresando a la ciudad, donde una suave mano tocó su hombro. Asombrada volvió la mirada para ver quién tenía la osadía de tocarle. Para su gran sorpresa, eran unos grandes ojos color marrón que le devolvieron un poco de esperanza en ese momento de tristeza. Era un joven que venía de un pueblo lejano y quien se encontraba desorientado en la ciudad. Hola, dijo Lucía, y el joven con un tanto de timidez le contó que era nuevo en aquel lugar y no sabía cuál dirección seguir para llegar a su destino. Lucía, quien conocía cada uno de los rincones de esa ciudad, gustosamente ofreció acompañarlo a su destino, sin la más remota idea de lo que ese encuentro del destino le traería a su vida… Ana Laura Ávila.

Caminó con él por la ciudad y temerosa empezó a hablar de todo lo que en ella sucedía. El joven escuchaba con gran atención mientras ella poco a poco iba desahogando sus penas. De repente llegaron a su destino y él muy amablemente empezó a contarle la historia de su vida y cómo desorientado había llegado a esa cuidad de recuerdos… Greivin Barrantes Alfaro.

Y los recuerdos seguían en su memoria. Al principio se tornaba interesante escuchar los recuerdos de ambos, sin embargo los dos terminaron en un río de lágrimas. En eso el joven recordó la ubicación y algo muy importante, que a pesar de su pasado el pudo seguir adelante. Pau Guillén.

Al rato ella entró a la enorme casa, era como las que solía ver en revistas, muy bien decorada, grande y agradable. Él le ofreció tomar asiento en uno de los enormes sillones. La trató con atención y delicadeza, mientras le decía que trabajara para él y a cambio obtendría todo aquello que siempre deseó. Ante tentadora propuesta ella accedió, pensó que este sería el cambio que necesitaba… Piero Capra.

Su corazón latía tan fuerte, sus latidos aumentaban la velocidad, su respiración tan intensa era mezcla de una falsa esperanza y un miedo abrumador… Un silencio interminable era la base musical de los pasos de aquel hombre que se acercaba poco a poco hacia ella. Todo lo que pasaba en aquel lugar parecía llevarse a cabo en cámara lenta, hasta al más mínimo movimiento llevaba el sello de suspenso. Hasta que al fin estaba frente a frente. Él se arrodilló, y llevando su mano sobre el rostro de aquella pequeña, que temblaba como un ciervo acorralado por un cazador, la acarició. Mirándola fijamente empezó a llorar, lloraba como un niño… Ella no entendía qué pasaba, aquél hombre la había llevado para trabajar con él, le había ofrecido trabajo sucio y ahora estaba frente a ella llorando. ¿Qué era aquello? Pensaba que quizás ya la había visto bien y no le había parecido atractiva, que quizás la iba a echar de su casa. Para Lucía fue muy confuso aquel momento. En eso el hombre bajó su rostro y le dijo: ¿por qué? Eres tan pequeña, eres una niña, ¿cómo puede alguien como tú estar acá? ¿Cómo nadie te ha venido a buscar?… Mira, la verdad tengo que confesar, yo no te quiero hacer daño, te traje acá porque quiero mostrarte algo… Leah Netzer.

El fotógrafo estaba loco, entre risas, lloro e incertidumbre la llevó a uno de sus salones, quería mostrarle su nuevo trabajo. Él estaba contratado para eso, no importaba nada, la comercialización de niños era su fuerte. Cuando Lucía llegó a esa fría y triste habitación, se topó con otros niños, en realidad, sus nuevos compañeros de trabajo. Christy Quesada.

En ese instante, Lucía no entendía nada, sentía confusión y enojo, pero en su interior sentía un alivio tan profundo que le provocaba llorar, y lloró, lloró como nunca lo había hecho, desahogó con aquel fotógrafo todas sus historias, cómo sentía que no valía nada, que su vida no tenía sentido, que vivía en un lugar sin esperanza, sin razón, entre latas y cartón, con padres que nunca la desearon, con la fe destrozada, y lloraba también al ver que aquella pequeñísima y minúscula llama de esperanza que aún le quedaba fue suficiente para encontrar este lugar… Jessica Gonzalez.

Una pregunta que le abrumaba salió temerosa de sus labios: ¿por qué haces esto? El reloj antiguo colgado en la pared movía su péndulo y marcaba los minutos que pasaban bajo el peso de su inaudible respuesta. Un pasado disfrazado de presente parecía hacer de las suyas en el corazón del fotógrafo que se sentía de nuevo como aquel niño que un día juró nunca más volver a ver. No podía precisar exactamente el momento, pero la claridad de los recuerdos dejaban ver el dolor de su abuso marcado en su pecho que inconforme buscaba colarse entre la inocencia de otros niños. ¿Cuántos más eran necesarios? ¿Cuántas veces se tenía que repetir la historia?… Elenny Hernández.

Lucía sin embargo, se sentía triste, rechazada, con poca aceptación por parte de sus compañeras de escuela debido a que era una niña muy hermosa a la que sus compañeros amaban por su jovialidad, carisma y lealtad. Las mujeres la odiaban por sus bajas calificaciones y por su belleza exterior, además siempre reprochaban que los hombres la amaran tanto debido a su físico. A pesar de todo Lucía se sentía fea, con baja autoestima y sola porque contaba con una familia disfuncional en donde su padre lo único que hacía por ella era bajarle la autoestima, y cada vez que ella se veía al espejo, le decía palabras ofensivas como: «¿de que juegas”? Su madre se encontraba completamente ausente porque toda la atención que ella reflejaba iba dirigida al padre de Lucía… Un día Lucía detuvo su camino y se dio cuenta que necesitaba de algo, o mejor dicho, de alguien fuera de este mundo, y volvió sus ojos hacia el cielo… Nathalia Romano González.

Y dijo: «¿para qué me creaste? ¿Para sufrir… ser maltratada… y rechazada por los demás? Sé que existes… y me duele demasiado no tener a alguien que realmente me ame de verdad. Ella sabía a Quién le hablaba… lo que no sabía es si Él realmente le escuchaba y entendía su más profundo dolor. Mientras gritaba hacia el cielo consumida en llanto… el fotógrafo borracho la agarró del pelo y con enojo le dijo: «¿a quién le hablas miserable? Nadie te escucha… a nadie le importas… ni siquiera a mí… Te secuestré porque me puedes ser útil pero no porque me importes…. Has algo útil animal… Cuando no te necesite más, te doy permiso de dejar de respirar… Ruth Sea.

Y fue en ese instante de triste humillación cuando ella al fin pudo mirar con claridad… Cada una de las respuestas que ella tanto anhelaba estaban contestadas muy dentro de su corazón… entonces fue cuando se dio cuenta de que ella, su cuerpo y su mente, no le pertenecían a nadie más que a Aquél al que tanto le hablaba… Supo al fin que merecía ser amada, y que de alguna forma tenía que salir de ese círculo vicioso… La pregunta ahora era: ¿cómo? Melissa Díaz.

Lucía, al recordar la verdadera labor del fotógrafo, de un artista que no podrá hacer fotografías sin ningún tipo de sentimiento, decidió enredar a este entre sus temores, angustias y dudas del mundo exterior con comentarios aterrorizantes. ¿No crees que allá afuera, donde todo funciona con dinero, donde las personas no piensan más que en sí mismas, las personas se consumen más en su propio odio, así, como tú y yo? El fotógrafo un poco aturdido dudó algunos segundos por una respuesta y se dedicó entonces a documentar aquel odio, aquella tristeza que guardaba el objeto, ya que para él Lucía solo sirvió unos días como inspiración. En paredes oscuras con luces de flash, Lucía fue desnudando su corazón de puro odio y el fotógrafo llenando el suyo… Nazareth Pacheco.

Cuando pensó que encontró lo que buscaba, nuevamente se esfumó, se quedó en medio de la nada, esperando a que todo cambiara, a que pudiera vivir, correr, abrazar, pero sabía que nada de eso vendría. ¿Y tú qué me ofreces para poder estar cerca de mi anhelo? Mi corazón espera, pero mi mente no me deja continuar. Estoy como muñeca que necesita a un ser que la levante y la lleve a ese lugar. Odaly Mendoza Sánchez.

Pero bajo la capa interminable de neblina que ve su mente, no encuentra el camino, mucho menos su destino. Solo ve gris, tono rey de sus pensamientos más profundos. Lluvia de deseos inalcanzables que solo juegan con su vida, burlándose a lo lejos de sus fracasos, que se apoderan poco a poco como precarios en montaña. Cada latido de su corazón es una puñalada fuerte que la atormenta cada segundo de su vida. ¿Dónde está esa respuesta que tanto necesita? ¿Será que cayó en una profunda pesadilla de la cual no puede despertarse? Ramiro Núñez Roldán.

Con tantas interrogantes dentro de su cabeza, Lucía continúa pensado cuándo será el día en que podrá ver la luz al final del túnel en que se encuentra. Con la consigna de que mañana empieza un nuevo día, Lucía no pierde la fe y la esperanza de que en medio de todo el dolor que se encuentra viviendo, se va a reponer para seguir adelante con los sueños y anhelos de su inmenso corazón que retumba cada día con más fuerza… Antonio Arroyo Álvarez.

Após pensar e pensar e pensar, Lucia percebe que a luz no fim do túnel não existe. Lucia sente que a mesma luz que brilharia ao final do túnel já brilha dentro si. Com isso, resolveu não deixar que seus sentimentos negativos a atrapalhassem na busca de seu maior objetivo. Este foi seu primeiro passo para perceber que tudo o que precisava estava dentro dela e, conjugado com o mundo exterior, poderia ser mais feliz, com menos questões inquietantes, mais de si, mais Lucía. Vinícius David.

Al iniciar un nuevo día, poco a poco la fe y el deseo de encontrar aquello que nunca fue suyo, hizo que Lucía tuviese valor y la convicción de dejar sus tristes recuerdos en la penumbra del ayer. Tomó valor de la poca fuerza que aún quedaba en su alma y con paso firme y una tenue luz en su rostro, caminó buscando la oportunidad, oportunidad que se transformó en realidad cuando pudo compartir su amarga vida con otras niñas llenas de odio y venganza, pero, con muchas ganas de vivir y una fe radiante que levanta el espíritu… Wendy Conejo.

Pamela, una de las niñas que también se encuentra con Lucía, se le acerca, intrigada… ¿Cómo es posible que todavía tus ojos brillen?, pregunta. Las dos estamos aquí rodeadas de este olor a muerte. Nuestras vidas ya no valen nada. Nadie nos busca. Nadie nos recuerda… ¡NADIE! A nadie le importamos. Pamela suspira y continúa: Pero tú, Lucía, parece como si no estuvieras aquí. Todavía tienes ese brillo en tus ojos. ¿Acaso hay todavía esperanza? Y si es así… ¿por qué no me das un poco? Mi esperanza se quedó ahí afuera el día en que puse un pie en este lugar. Ese día me morí, y la que tú ves aquí, es solo una sombra de lo que era yo… Yo tenía sueños, ilusiones. Yo creía en la gente… A pesar de que en la vida no me había ido bien yo tenía esperanza… pero ya no… Dame un poco de tu esperanza Lucía… Ayúdame a creer de nuevo. ¿Acaso todavía tienes esperanza? Adriana Sánchez Cubero.

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Dibujo: Freepik
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