ADN Energético

DAEMON MERIDIANUS. Carta IV (por Jorge Cubero)


Les dejamos la cuarta carta de “Daemon Meridianus” o “Demonio Meridiano”. Recuerden que este cuento se refiere a la pérdida de la magia y fantasía en la edad adulta, y el autor a través del escrito intenta debatirlo…

Carta IV

Carta IV

El misterioso secreto del hombre en llamasUna extraña luz parecida a la de un candelabro llamó su atención hacia la parte Este de la casa. Caminó muy despacio hacia la habitación, justo donde salía el resplandor, hasta llegar a la puerta y, cuando se asomó, vio sorprendida a un hombre en llamas sentado en una silla de madera junto a una cama tendida con sábanas blancas. Ni la silla ni la cama se quemaban, tampoco la vestimenta o la piel del hombre.

Éste levantó su mirada hacia la puerta y le dijo a Sofía: 

— No tengas miedo. Pasa.

Ella, muy sorprendida por lo que veía, le preguntó quién era. El hombre respondió:

— No tengas miedo. Mi nombre es Rafael y solo te voy a contar una historia. Siéntate en la cama y pon mucha atención.

Rafael le empezó a contar la historia de un señor, padre de dos hijos y dueño de una finca. El hijo mayor era un hombre muy fuerte que se reconocía por ser muy trabajador y responsable. El menor muy inteligente y estudioso. El padre estaba muy orgulloso de ambos hijos, cada uno de ellos con personalidades muy diferentes pero quienes siempre se desempeñaban muy bien en cada uno de sus oficios.

Sucedió que vino al pueblo una gran sequía y la finca de aquel hombre corría el peligro de quebrar, así que decidió dividir todo el dinero que tenía y darlo a sus dos hijos para que cada uno encontrara la manera de salvar la finca.

El hijo menor aseguró tener muy buenos amigos en la ciudad que le podían ayudar a invertir bien el dinero y así poder sobrellevar la crisis que estaban pasando. El hijo mayor pensó que era mejor invertir en la finca para sacarla adelante. El padre vio que había tomado la decisión correcta, pues ambas ideas eran buenas. 

El hijo menor entonces marchó a la ciudad y el mayor se quedó junto a su padre. El hijo menor al tiempo escribió que la vida en la ciudad era muy difícil pero que estaba haciendo todo lo posible por invertir bien el dinero. El hijo mayor empezó a desconfiar y a decirle al padre que seguramente el hijo menor estaba malgastando el dinero, pero el padre le recomendó mejor no dudar de su hermano quien había sido criado por él y sabía que no lo traicionaría. 

El hermano no soportó que el hijo menor se fuera con la mitad de la finca que él tanto trabajaba. Pasó el tiempo y el padre decidió no mostrar más las cartas del hijo menor al hijo mayor, quien después de trabajar se dedicaba a beber y malgastar el dinero con la excusa de que él merecía gastar lo que quisiera al estar a cargo de todo, y que su padre no tenía derecho a pedirle cuentas porque él sí se había quedado. El padre no perdía la esperanza de que el hijo menor regresara, pues el hijo mayor ya casi había dejado en quiebra la finca. Solo el menor podría sacarla adelante. 

Un día el hijo mayor discutía fuertemente con su padre diciéndole que todo lo que ocurría era culpa de él y que si perdían la finca, había sido por su mala decisión. El padre no hallaba forma de decirle a su hijo que confiara en él, que todo iba a salir bien al final, que nada más tenía que controlar su enojo y pensar con claridad. Le dijo que su hermano había escrito y que muy pronto volvería para que juntos cuidaran la finca. 

Ésto solo hizo enfurecer más al hermano mayor quien le dijo a su padre, empujándolo:

— ¡Cómo se te ocurre creer que esto es posible! Todo mundo sabe que estás loco al creer que mi hermano volverá algún día y que solo un tonto repartiría todo lo que tiene en un momento como éste.

El padre cayó al suelo con la mano en el pecho y entonces su hijo mayor al ver lo que había causado salió corriendo a buscar al doctor del pueblo. Cuando el doctor llegó, ya el padre había muerto. Se dice que el hijo menor regresó un día de la ciudad muy exitoso y que supo de la muerte de su padre por un vecino. No se supo más del hijo mayor. El menor esperó en vano una explicación de lo sucedido.

El hombre en llamas se volteó hacia Sofía y le dijo que ella debía entender que la confianza no se puede comprender como algo lógico. Solo el destino tiene la última palabra pero pobre del hombre que pierda la fe en todo.

Tomó la mano de Sofía y le entregó una pequeña piedra pidiéndole que por favor lo dejara solo. Ella se levantó de la cama y cuando estaba a punto de abandonar la habitación, le preguntó a Rafael si él era el hermano menor.

— ¡No! Soy el mayor.

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Historia: Jorge Cubero Ocampo
Ilustrador: Kevin Gutiérrez
Noticias Mi Ciudad

 

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