Finalizando el año, unos niños querían conocer al maestro verdadero. Visitaron todos los adornos de las casas y nada… Solo encontraban vacas, venados y muchas cosas bonitas. Todo puro, pero de madera y pasto.
Ellos con sus sentimientos infantiles hablaban con los adornos… con la idea de que en algún momento les contestarían, pero nada… Entonces dijeron muy tristes:
— No son de verdad, vámonos.
Y así lo hicieron… Marcharon… pero según ellos para llegar al cielo:
— Allá tiene que estar el de verdad, aseguró el más pequeño.
Subieron por un ceibo grande y vieron volar unos cuervos al graznar. Levantaron sus ojos y uno de ellos sorprendido, pronunció:
— ¡Miren! Desde ahí vamos a salir para allá.
Subieron por el interior del ceibo porque había un hueco que conducía hasta la cima. Llegaron al final y en la rama superior vieron un adorno cargado de prendedores y luminarias. Entonces el más grande de los niños dijo:
— ¡Miren! Éste es de verdad.
Habían personajes que parecían tener baterías. Hablaban, abrían y cerraban sus ojos. Movían las manitas, pero… los niños se preguntaban quién pudo haberlos elaborado en ese sitio.
Cada uno tomó un muñequito porque eran suficientes para los cinco niños. En sus manos sintieron como alas.
De repente los muñequitos se lanzaron. Volaron alrededor del sol. Bajaron a la luna. Fueron también a Martes y a unos cuantos planetas.
En Martes, por ejemplo, se rieron a carcajadas y uno de estos muñequitos con acento pronunciado habló:
— Para esto estudian los científicos. Nosotros no lo somos, pero miren donde estamos.
Luego los niños encontraron un adorno más. Una especie de refugio… Escucharon una voz que les dijo:
— Bueno niños, hasta aquí les permito llegar. Si llegan al cielo ahorcarán a los habitantes y quién sabe que harán conmigo por que yo soy el niño de verdad.
— ¡Escuchen! Casi llegamos al cielo. Estamos en Martes, entonces el cielo debe estar entre Lunes y Miércoles. Regresemos a la Tierra.
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Autor: Juan Guzmán
Fotografía: Pixabay
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