ADN Energético

DAEMON MERIDIANUS. Carta V (por Jorge Cubero)


Les dejamos la quinta carta de “Daemon Meridianus” o “Demonio Meridiano”. Recuerden que este cuento se refiere a la pérdida de la magia y fantasía en la edad adulta, y el autor a través del escrito intenta debatirlo…

Carta V

Carta V

1+3: 1

Sofía salió muy intrigada de la habitación, pensando cuál era el sentido de todo esto, por qué estaba ahí y cómo iba a terminar. Tenía al mismo tiempo mucha curiosidad por saber qué le iba a contar el siguiente ser.

Caminó en línea recta hacia la parte Oeste de la casa y se topó con un inmenso comedor. Se percató que había un enorme lienzo blanco pegado a la pared. Se acercó a él y de repente empezaron a aparecer líneas rectas y curvas, círculos, cuadrados, triángulos y demás formas geométricas que terminaron formando el cuerpo de lo que parecía ser un hombre; o mejor dicho, un hombre geométrico.

Los ojos del dibujo se voltearon hacia Sofía. De la desdibujada boca salieron estas palabras: 

— ¡Hola! Me imagino que estás aquí para que te cuente una historia, ¿cierto?

Sofía, extrañada le dijo:

— ¿Un dibujo que habla?

Él, con un tono sarcástico, le respondió:

— Me imagino que ya te acostumbraste a las cosas extrañas que pasan por acá.

Sofía tomando una silla que estaba cerca se dispuso a poner atención a todo lo que el hombre geométrico le iba a contar. Él le dijo que se llamaba Miguel y que su historia trataba del amor. 

Sofía otra vez confundida dijo:

— Me parece ilógico que una figura geométrica hable de amor.

Él muy confiadamente le respondió:

— No hay nada más humano que una figura geométrica, la cual vive solo en la imaginación de los hombres que intentan ordenar un mundo ordenado desde el principio. 

Después de su respuesta, comenzó a relatar:

Inicia la historia en una isla desierta donde se encontraban perdidos cuatro náufragos: un hombre muy rico, un vendedor, un joven monje budista y una bella mujer.

Los cuatro náufragos habían quedado perdidos en la isla cuando el barco en que viajaban se hundió en el océano después de una horrible tormenta. Por suerte algunos objetos importantes para su supervivencia habían llegado a la playa y por el momento habían podido sobrevivir sin mayor problema.

El monje budista era el más eficiente cuando se trataba de sobrevivir, por su formación altruista siempre estaba disponible para trabajar por el bien común y buscar maneras de aprovechar los suministros escasos de forma equitativa, aunque la mayoría del tiempo entraba en conflicto con el hombre adinerado que no perdía oportunidad de sacar provecho de lo que fuera. El vendedor era más bien pasivo y quejumbroso. Al monje le preocupaba la salud de la mujer que había quedado muy afectada por el desastre, aunque ella no perdía oportunidad de ayudar en lo que fuera necesario.

Tanto el hombre adinerado como el vendedor, tenían interés en la joven cuya belleza era muy particular. Ella en las noches siempre contaba historias de México, su tierra, y entretenía a todos alrededor de las fogatas. El vendedor siempre pensaba que la mujer terminaría aceptando al hombre adinerado por su presencia y forma de hablar y que a él no lo tomaría en cuenta porque a pesar de que nunca mencionó que era solo un vendedor no era muy bueno para entablar conversaciones. Extrañamente no pensaba lo mismo del monje, a pesar de que pasaba horas hablando con la joven. 

El hombre adinerado ya había tenido sus rencillas con el vendedor. Una vez se fueron a golpes porque había desaparecido una ración de comida; y el vendedor aseguraba que el hombre adinerado escondía raciones para sí mismo. Al final descubrieron que un animal nocturno era el ladrón, pero esto no cambió la forma de pensar del vendedor quien sentía un extraño resentimiento hacia el hombre adinerado.

Una tarde se encontraban la joven y el monje mirando el mar, ellos hablaban de lo que harían primero si regresaban a su hogar. Ella le dijo que se tomaría una gaseosa y se comería una hamburguesa con queso. Ambos se rieron. Él en cambio le comentó que estaba muy preocupado por su hermano, pues había perdido un brazo en la guerra y vivía en su ciudad natal. Él debía encargarse de su cuidado y no sabía cómo se las estaría arreglando.

Su rostro palideció por un momento, la joven se acercó y lo besó suavemente. El monje no supo cómo reaccionar, solo se quedó mirando fijamente el atardecer mientras percibía el aroma más dulce que jamás había sentido, que jugaba entre los cabellos de la joven por el movimiento de la brisa. No muy lejos, pendiente de lo que hacían, el vendedor se llenó de celos por lo que observó. 

En la noche, se encontraban todos escuchando historias de las ciudades que el monje había visitado. Esta vez él era quien relataba pues la joven se sentía indispuesta. Al rato, ella se puso de pie y caminó un poco hasta acercarse al mar. Entonces el hombre adinerado se levantó, se le acercó y empezó a persuadirla, asegurándole que una vez que salieran de la isla, si ella lo aceptaba, podrían estar juntos.

Al escuchar lo dicho por el hombre adinerado, el disgusto se asomó ante el vendedor, quien se levantó furioso y arremetió contra el rico sin percatarse que la joven estaba en su camino. La furia lo tenía segado. El monje apenas pudo apartarla de la pelea. En sus brazos, la mujer empezó a moverse de forma extraña, como si se estuviera ahogando. Corrió con ella en brazos hasta el refugio y se quedó cuidándola. La cubrió con mantas y salió para ver que había pasado con los dos hombres, los cuales no se veían por ninguna parte.

A la mañana siguiente la mujer tenía mucha fiebre. El monje quien ya temía, trató de mantenerla estable, pero era muy difícil porque no contaba con medicina para atenderla. Dos días después, por la noche, empezó a llover muy fuerte y a pesar de las atenciones del monje ella no soportó más. El dolor interno y la fiebre terminaron por marchitar su vida. 

Pasaron dos semanas y por fin apareció un barco pesquero que de lejos divisó una señal de humo hecha por el joven monje. A bordo de la embarcación, el monje les dijo a los marinos que todavía se encontraban dos hombres más en la isla, que deberían buscarlos. Al llegar, encontraron el cuerpo del hombre adinerado cubierto por hojas. Del vendedor no hubo ningún rastro.
Cuando por fin zarparon rumbo a casa, el monje salió a despedirse de la isla. La brisa perfumaba el ambiente y ésto lo hizo pensar en la bella mujer y en su dulce aroma que jamás olvidaría. 

En la esquina inferior del lienzo, se empezó a dibujar una figura circular de donde salió una pequeña piedra. El hombre geométrico le pidió a Sofía que la tomara. Lentamente se fue desvaneciendo. Ella se quedó sentada sola pensando por un momento antes de seguir con sus extraños encuentros.

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Historia: Jorge Cubero Ocampo
Ilustrador: Kevin Gutiérrez
Noticias Mi Ciudad

 

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